Esta vez tocaba conducir al sur. Seis horitas de viaje y llegamos a Ronda para cenar.
Ya os he hablado de ellos, Pitu y María, una pareja de amigos; ella catalana y él malagueño, más majos que las pesetas. Nos invitaban a pasar el fin de semana en su casa, (estos chicos tienen casa en todas partes) aprovechando que estaban allí pasando unos días de vacaciones y que la familia de él celebraba una “fiesta en blanco” para festejar el verano.
Después de cenar salimos a tomar algo, pero estábamos tan cansados del madrugón para ir a trabajar y del viaje, que poco duramos.
El sábado fuimos a su casa en el campo, a diez minutos. Se estaba de lujo, con los pies metidos en la piscina, tomando un vasito de sangría hecha por el Abuelo de Pitu, mirando los árboles y charlando sin parar. Los chicos fueron valientes y se dieron un chapuzón en el agua fresquita.
Al terminar de comer volvimos al pueblo para darnos una duchita y ponernos guapos. Antes de ir a la fiesta, tocaba un tour por las calles de Ronda. Es muy bonita: sus casas blancas, las plantas en los balcones, el increíble acantilado… Tomamos un cafecito, algo para picar y volvimos al campo.
Estaban todos bien guapetones, hasta la perrita Blanca tenía un lazo en el cuello del color que hacía honor a su nombre.
Dormimos apenas tres o cuatro horas, así que el viaje de vuelta se hizo duro, pero volvimos sanos y salvos a casa. Pronto estábamos en la cama, de la paliza que teníamos encima, había que recuperar para afrontar la semana con fuerza.
Estoy seguro que nos volveremos a escapar a Ronda, con algo más de tiempo a ser posible, para verla con más calma.
Gracias por dedicarme un ratito, nos leemos. Buen día.